Balbuceos:

viernes, 22 de febrero de 2008

Comandante

Ha pasado más de medio siglo, desde aquel brillante discurso de su defensa, en el que proclamó , “la historia me absolverá”; la barba aún no crecía, y la sierra maestra era incierta; el “Ché” aún era solo Ernesto y el frenesí revolucionario estaba a punto de alcanzar a la juventud de todo el mundo. Medio siglo después el panorama es muy distinto; el sueño revolucionario llega a nuestra generación como una historia fantástica de un tiempo irreal y pasado; el posmodernismo no agobia, nos somete, nos hace olvidar, y el olvido es el camino más sencillo para volver a cometer los errores del pasado.

Fidel, Comandante, el último mito viviente, el último eslabón del idilio revolucionario, de la vieja izquierda, el fin de una era. Cuestionarlo o aplaudirlo, siempre será una tarea complicada, siempre se tendrán que considerar los miles de matices que encierran su comportamiento. El amor y el odio encarnecido siempre rodearan su persona, a fin de cuentas, Fidel está más allá de cualquier cosa que se pueda decir hoy sobre él.

¿Tardó demasiado el momento en el que deslindara el poder?, no lo sabremos, ¿era necesaria su presencia para conservar lo que con tanto sudor y sangre se ganó con la revolución? Posiblemente. Cuba se vio sola mucho tiempo, abandonada a su suerte, con un embargo asesino encima y la cargada mediática arremetiendo contra ella, pero resistió, y siguió, y por más romántico y rebuscado que parezca, la pequeña isla del Caribe ha sido esa piedra en el zapato del gigante por tantos y tantos años, la dignidad ejemplificada en un pueblo, que pese a las carencias entiende y asume su revolución, y es consciente de ella.

La era del máximo jefe revolucionario de Latinoamérica está llegando a su fin, con la imagen tal vez ya demasiada gastada, y un costal de deudas a sus espaldas, y cosas que nunca pudo o quiso cambiar, como la libertad de expresión, como el respetar a los diferentes. Temperamental y firme a sus ideas, el Comandante se colapsa y su legado será distinto siempre, dependiendo del cristal con que se mire.

En lo personal, prefiero quedarme con el recuerdo de su esplendor, con lo que significó para una generación entera, con la figura del guerrillero sucio de barba larga y descuidada, con la fotografía junto al Ché, con el Fidel que inspiró un continente y sobrepasó sus fronteras, con la imagen romántica que escenificaba la esperanza en un mundo mejor. El Comandante tendrá muchas carencias y cuentas pendientes, muchos errores sobre su espalda en pos de defender lo que él creía, pero no por eso deja de ser una persona asombrosa, capaz de poner su nombre en letras gigantes en el libro de la historia.

Tal vez es mejor así, tal vez es tiempo de dar el siguiente paso, que sea su pueblo quien lo juzgue y valore su obra, y decida si la historia lo absolverá como hace medio año proclamaba, que sean ellos y no los medios y los intereses, que sean ellos y no los prejuicios y la desinformación. En lo que a mí respecta, para el comandante, a pesar de todo, yo no tengo más que admiración y en cierto modo agradecimiento, porque hay algo en él que siempre nos hace creer.


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